2010-09-07 04:02:48
Carta de Dalton Trumbo a su hijoPor
AlaizHEs extensa la transcripción, pero quise compartirla con ustedes amigos.
Mi querido hijo te mando dos libros que son apropiados para un joven que pasa 5/7 de su tiempo en los recintos de John Jasy may. El primero es “Educación de un jugador de póquer”, de Herbert O. Yorkly. Léelo en secreto. Escóndelo, cuando salgas de tus salones,y serás recompensado con muchas ventajas injustas pero legales, sobre amigos y enemigos.
El segundo libro, creo que debes compartirlo con tus jóvenes compañías. Se llama “Sexo sin culpa”, de un hombre que pasará a la historia como el hombre mas humanitario desde Mahatma Gandhi, Doctor Albert Ellis.
Este buen hombre ha escrito lo que puede llamarse: “Un manual para masturbarse”.
El resultado, mandado en envoltura simple y con cubierta separada, es uno de esos eventos fortuitos en los que el hombre preciso choca con la idea precisa en el tiempo preciso.
Este nuevo acercamiento, este aire fresco que nos llega, esta gran incitación a la feliz complacencia propia, provoca, quizá, una respuesta mas profunda en mi corazón, pues yo, pequeña bestia furtiva, timorata e incontinente, con mis obsesiones eróticas, nunca me sentí a gusto con mis problemas del pene, todo por esa montaña podrida de culpa innecesaria que punza como un absceso en mi corazón de joven.
En las cálidas noches, mientras chicos cazaban a chicas exuberantes detrás de los arbustos y debajo de las estrellas, yo, tonto dedicado, yacía en mi cama sin compañía, excepto por los demonios lascivos de mi culpa insondable. Acobardado en una oscuridad seminal, licuescente con odio contra mí, atento sólo a la erección furtiva e ingeniosa de mi oscura sangre del escroto, temeroso como antílope, pero con firmeza de búfalo, celebré los derechos del hijo de Súa con sombría resignación.
Pobre chico en una noche de verano masturbándose malhumoradamente. Incluso ahora, mas de 3 décadas después, incluso ahora cuando olvido el nombre de un amigo o mis anteojos, o hago pausas…en medio de una oración. Incluso ahora, tales lapsos, traen un escalofrío a mi corazón. Es entonces, cuando el pánico posee mi garganta hundida, que me susurró a mi mismo: es verdad, sí te vuelve loco. Causa que el cerebro se te suavice. ¿Por qué?¿Por qué me gustó tanto?¿Por qué no me detuve mientras me controlaba?
Bueno, de poco vale saberlo ahora. El daño esta hecho, se acabó la fiesta. Estoy destruido, hubiera sido mejor nacer sin manos.
Recuerdo una fría noche de invierno en la que mi padre me llevó a uno de esos lugares de fertilidad calvinista disfrazados como un banquete de padre e hijo. El maestro de la fiesta era una vieja cabra llamada Horris T. McGuiness. Abrió su discurso con una serie de exigencias blasfemas acerca de que Dios concordaba con sus terribles nociones, y luego fue al meollo del programa, lo cual no era ninguna sorpresa, eran las mujeres.
“Cuando sales con una dama”, dijo, “sales con tu propia hermana”.
Era claro para mí que si un día salía al mundo como el Genghis Kahn atrevido de mis sueños, pasaría un rato muy incestuoso. Aún puedo escuchar a ese viejo loco reprobar con voz alta al pobre Onán, el primer onanista registrado en la Biblia, agitando su puño y sudando como una comadreja enferma: “¡Desperdició su semilla!. Oh, qué acto tan desvergonzado y monstruoso. Lo tiró justo en el suelo, todo. Y eso molestó al Señor y el Señor lo asesinó.”
Sin embargo, mientras mas pienso en ello, más me convenzo de que tú nunca podrás comprender en todo su horror, esa convulsión interminable que fue la juventud de tu padre. Es razonable que sea así, ya que tú tienes ventajas que me fueron negadas a mi. Nombro tres de ellas: un cuarto privado, un padre que se masturbaba y Albert Ellis Doctor.
Llevé la pelota por todos nosotros, y la llevé mas lejos de lo que esperaban. Yo era el Prometeo de mi tribu secreta, un virtuoso del pene, un prodigio de las gónadas, un relámpago de los espermatozoides, en resumen, el maestro de la masturbación.