LAGRIMAS NEGRAS

LAGRIMAS NEGRAS


Con paso seguro se acercó al estrado, el auditorio estaba lleno de gente; por un momento titubeó, sus ojos buscaron a sus padres en ese mar humano que esperaba expectante escuchar su intervención. Su discurso lo había repasado una y mil veces, se lo sabía casi de memoria.
Desde el asiento, su madre le hizo un gesto de aprobación, su padre, aferrado a la mano de su esposa y con la otra en sus ojos como queriéndose limpiar una lágrima, esa que siempre aflora cuando su hija logra alguna meta.
Respiró profundamente y empezó diciendo: “Sabían ustedes que cuando salgo al mundo, los reptiles representan la conciencia de los humanos, también mi existencia”.
Espontáneamente se dejaron sentir los aplausos en un estruendoso ruido, ella calló un momento para sentir la satisfacción de haber comenzado bien. Sus labios bosquejaron una sonrisa de tranquilidad pasajera, luego rió mas fuerte y prosiguió: “Ayer me sentí triste, pero mi papá me hizo cariño, como esas conciencias ajenas al amor, de solo pensar me canso como María, mi muñeca, mi gato se llama Félix, mi perro no tiene nombre porque es enojón como esos que hacen las guerras, para apoderarse, no tan sólo de los países sino también del hombre, de sus conciencias y también de sus gatitos, que son muy bonitos”. Calló en ese momento e hizo una reverencia, dio gracias y se retiró.
Los aplausos se volvieron a sentir con más fuerza y con más volumen e intensidad. Volumen que su padre le había incorporado a la grabadora, haciendo que en la soledad de su habitación, su hija se sintiera plena de felicidad. Dos sillas, mudos testigos, ocupadas diariamente por sus padres, -era la totalidad del auditorio-, que día a día escuchaban el mismo discurso, ese discurso que sólo ellos entendían, que amaban con ese amor incondicional, porque solo ellos conocían cuanto habían sufrido desde el momento en que el doctor, hace treinta años, les había dicho que el embarazo venía con problemas.